Schüler Austausch - Intercambio Estudiantil


Gracias a una entrevista al psicólogo Alejandro Orrego, quien me hizo clases de desarrollo personal en mi primer semestre de universidad, saqué a flote reflecciones que hace mucho tiempo no hacía. El reportaje que estoy haciendo es sobre los alumnos que llegan a Chile de intercambio, el choque cultural que se provoca y la manera de afrontarlo. Me he sentido muy identificada, creo que este trabajo es muy personal, porque yo me fui de intercambio a Alemania cuando terminaba tercero medio. Si bien ya a esas alturas tenía 17 años, me consideraba una niñita aún. Al menos, eso sí, ya había empezado mis primeros carretes, porque después de la gira de estudios, ¿quién no? Aún así, siempre fui muy insegura de mí misma. Lo he pensado y por alguna razón, mi personalidad era muy sumisa: jamás me atreví a desacatar ninguna orden y eso provocaba muchas veces la burla de mis compañeros. Los niños no miden el daño que pueden causar este tipo de actitudes, así que no guardo rencor con los que me molestaban por perna =P Por todo lo anterior, llegado el momento de emprende el viaje al viejo continente, no me sentía para nada preparada para insertarme en un ambiente totalmente desconocido. ¿Cómo iba a hacerlo si me había costado 10 años llegar a un carrete con mis propios compañeros de toda la vida en el colegio? La verdad es que la idea de pasar tres meses lejos de mi familia y mis conocidos me aterraba. A pesar de ello, no le tomé el verdadero peso a la situación hasta que estuve efectivamente allá. Me bajé del tres y lo primero que veo es a tres personas que no podían tener una apariencia más europea: delgados, rubios y resplandecientes ojos azules. Me saludaron cordialmente. Ojo, no afectuosamente, sino cordialmente. Yo estaba descolocada. Tomé mi maleta y seguí a mi familia anfitriona hasta el auto. Dos ojos se me hacían muy poco para acaparar todo lo que quería ver. Quería ver dónde estaba, qué pueblo era aquel que sólo había visto en un par de fotos de internet. Llegamos a la casa y me mostraron mi dormitorio, el baño, la cocina y las piezas de Antje y Irmi: mi "hermana" y mi "mamá" respectivamente. El tercero era el novio de mi hermana. Ni siquiera recuerdo ya su nombre... resulta horrible darse cuenta de que estas experiencias van cayendo en el olvido. Después de ver la casa, nos sentamos en la mesa y me sirvieron un té. Conmigo se sentaron Antje y su novio. Un silencio incómodo nos rodeaba, nadie se atrevía a hablar. Quizás yo no entendería... quizás yo no lograra responder. Y así pasó mi primer día en la casa de la familia Fricke. Terminó conmigo en mi camita plegable y una almohada húmeda de lágrimas de silenciosa soledad.


Continuará...

1 comentarios:

Felipe Martin dijo...

Hola Coli!!!
Oye es bacan como escribes, la ura q muchas veces da como lata leer textos largos, pero los tuyos son bien entretes
sobre lo q pusiste, pucha q pena q haya empezado asi la experiencia, pero toy seguro q la historia toma un giro total y las penas se transforman en risas. Por lo menos, de lo que te conozco, no eres asi para nada, asique q weno q hay servido la experiencia
yo por mi parte me la perdi... pero ya llegaran otras
un beso coli q estes muy bien
chau